Rima LXXIII – Gustavo Adolfo Bécquer

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Quién era Gustavo Adolfo Bécquer

Gustavo Adolfo Bécquer, cuyo nombre completo era Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, nació el 17 de febrero de 1836 en Sevilla, España. Fue un poeta y escritor español considerado uno de los máximos exponentes del Romanticismo.

Bécquer provenía de una familia artística, su padre era pintor y su madre escritora, lo cual influyó en su amor por el arte y la literatura desde temprana edad. Aunque no recibió una educación formal completa, demostró un gran talento y una sensibilidad única para la poesía.

Durante su vida, Bécquer trabajó en diversos empleos, como periodista y crítico literario, y colaboró en varios periódicos y revistas de la época. Sin embargo, su reconocimiento literario llegó después de su muerte, cuando sus poemas fueron recopilados y publicados en una obra llamada «Rimas».

Las «Rimas» de Bécquer son una colección de poemas líricos que abordan temas como el amor, la pasión, la melancolía y la belleza. Sus versos se caracterizan por su profunda emotividad, su estilo romántico y su capacidad para transmitir sentimientos íntimos.

Además de su poesía, Bécquer también escribió leyendas, que son narraciones cortas que mezclan elementos sobrenaturales con la realidad. Estas leyendas exploran el lado oscuro de la vida y tratan temas como el amor trágico, los fantasmas y las supersticiones.

A pesar de su corta vida, Bécquer dejó un legado literario significativo. Su estilo poético, su sensibilidad y su capacidad para expresar las emociones humanas con belleza y profundidad lo convierten en uno de los poetas más queridos y estudiados de la literatura española.

Gustavo Adolfo Bécquer falleció prematuramente el 22 de diciembre de 1870 en Madrid, a la edad de 34 años, dejando una obra que ha perdurado a lo largo del tiempo y que continúa siendo apreciada y valorada por su calidad artística y su influencia en la poesía romántica.

Rima LXXIII

Rima LXXIII. Poema de Gustavo Adolfo Bécquer

 

Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:

—¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

———-

De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:

—¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

———-

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:

—¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

———-

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos…!

———-

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.

 

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