Rima XXXVII – Gustavo Adolfo Bécquer

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Quién era Gustavo Adolfo Bécquer

Gustavo Adolfo Bécquer, cuyo nombre completo era Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, nació el 17 de febrero de 1836 en Sevilla, España. Fue un poeta y escritor español considerado uno de los máximos exponentes del Romanticismo.

Bécquer creció en una familia de artistas, ya que su padre era pintor y su madre era escritora. Desde joven mostró un interés por la literatura y la poesía, y a pesar de no recibir una educación formal extensa, desarrolló un estilo poético propio y único.

A lo largo de su vida, Bécquer trabajó en diferentes ocupaciones, como periodista y crítico de arte, y colaboró con diversas publicaciones literarias de la época. Sin embargo, no logró el reconocimiento literario ni el éxito económico durante su vida.

La obra más conocida de Bécquer son sus «Rimas», una colección de poemas líricos en los que exploró temas como el amor, la pasión, la belleza y la melancolía. Sus versos se caracterizan por su intensidad emocional y su lenguaje evocador, y han dejado una huella perdurable en la literatura española.

Además de sus poemas, Bécquer también escribió leyendas, narraciones breves que combinan lo real y lo fantástico. Estas leyendas, publicadas póstumamente, muestran su capacidad para crear atmósferas misteriosas y transmitir un sentido de lo sobrenatural.

A pesar de su talento literario, Bécquer enfrentó dificultades económicas y problemas de salud a lo largo de su vida. Sufrió de tuberculosis, una enfermedad que finalmente le causó la muerte el 22 de diciembre de 1870 en Madrid, a la edad de 34 años.

Tras su fallecimiento, la obra de Bécquer fue revalorizada y se convirtió en un referente de la poesía romántica española. Su estilo poético y su capacidad para expresar emociones y sentimientos universales continúan siendo apreciados y estudiados en la actualidad, consolidando su legado como uno de los grandes escritores de la literatura española.

Rima XXXVII

Rima XXXVII. Poema de Gustavo Adolfo Bécquer

 

 

Antes que tú me moriré; escondido
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal.

Antes que tú me moriré; y mi espíritu,
en su empeño tenaz,
se sentará a las puertas de la muerte,
esperándote allá.

Con las horas los días, con los días
los años volarán,
y a aquella puerta llamarás al cabo…
¿Quién deja de llamar?

Entonces, que tu culpa y tus despojos
la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
como en otro Jordán;

allí donde el murmullo de la vida
temblando a morir va,
como la ola que a la playa viene
silenciosa a expirar;

allí donde el sepulcro que se cierra
abre una eternidad,
todo cuanto los dos hemos callado,
allí lo hemos de hablar.

 

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